Cortesía. Facebook
En días pasados fui testigo de un
interesante episodio de reflexión y de contrariedad en opinión, meditación que
surgió a raíz del cuestionamiento hecho por un profesor, que deseaba hallar el culpable de
los contenidos audiovisuales que se transmitían en las pantallas de la cafetería
de la universidad, aduciendo con ello, cierto inconformismo por el daño que éstos podrían ocasionar a los alumnos de la IUPG, personas que se están formando
no sólo como profesionales, sino como individuos en busca del progreso social.
Es allí, como en medio de este
discurso, un poco arbitrario y censurable, decidí plantearme un criterio e
interrogante que apuntaba a conocer por
qué un docente, que se supone debe procurar incentivar el debate entre sus
estudiantes, pretendía desde su perspectiva y la de sus colegas, consultar por el responsable en la divulgación del contenido televisivo basura que se estaba mostrando en ese lapso, en lugar de cuestionar, anhelar y permitir la crítica o apoyo que los demás le podían atribuir al formato y argumento expuesto en ese momento, a pesar de ser testigo de
que ellos no eran las únicas personas presentes en este espacio y que quizás
algunos de los asistentes, deseaban desarrollar
por medio de este producto las bases de todo buen espectador crítico, o tan sólo
intentar entretenerse u olvidarse de los conflictos que los agobiaban en el
instante.
Es por ello, que me anime a
entrevistar y a conversar con una persona que podía otorgarme una respuesta asertiva conforme a su opinión, a este compleja interpelación que rondaba en mi cabeza, lo que condujo
a que buscara al profesor y director del programa académico de Medios
Audiovisuales del Politécnico Grancolombiano, Harvey Murcia, quien desde su
conocimiento en lo que respecta al universo de la televisión y el cine, contestó
mi pregunta, afirmando que “Formar criticidad sobre la televisión, no es
formarla sobre la moralidad, sobre lo que es bueno y sobre lo que es malo, sino
poder entender los funcionamientos y los
mecanismos que se dan al interior de la producción televisiva, para poder tener
televisión de calidad y entender que la televisión no es exclusivamente un
mercado, sino la televisión también es una responsabilidad narrativa, es una
responsabilidad histórica, es una responsabilidad de memoria, y esto solamente se
puede construir cuando hay una crítica.”
Adicional a lo antes mencionado, Harvey
también mencionó que “para poder cuestionar lo que pasa en la pantalla chica, hay
que saber como opera y como funciona la pantalla chica, qué son eso de los
comerciales, por qué en Escobar (Escobar
el patrón del mal), tenemos casi 20 minutos de comerciales y 10 minutos del
seriado, por qué se da de esa manera, por qué esos personajes, por qué ese tipo
de tramas, por qué ese tipo de conflictos, por qué ese tipo de narraciones. Eso
es saber ver televisión, saber ver televisión es tener la capacidad de apagar
el tv. (…) Apagar la televisión es justamente poder decir ‘mire lo que usted me
está diciendo no funciona, yo lo apago’, pero también es poder reconocer que porque yo lo apago, el
otro tal vez no lo quiera apagar, porque el encuentra algo que yo no veo allí”,
argumento que incentivó con mayor fuerza, mi oposición a la petición hecha por
el profesor que visitó mi oficina, puesto que la misma impedía de manera tajante el debate, la
crítica y ante todo la evolución de nuestra comunidad, a partir de la
observación detallada de lo que nos transmiten los medios de comunicación de
masas, constituyendose finalmente este requirimiento, como el obstáculo y el inconveniente para no abrirle el paso a la posibilidad de reformar la
mentalidad y la realidad de un país en crisis, de una nación en decadencia.
Es en ese orden de ideas, donde me atrevo a preguntar por qué en vez de
seguir por la línea de lo moral y lo correcto y políticamente establecido, no
nos arriesgamos a transformar nuestro discurso de lo bueno y de lo malo, en un discurso y
pensamiento que busque analizar los componentes que construyen y caracterizan
lo que vemos y no vemos, lo que amamos y odiamos, lo que relativamente y
convencionalmente es aceptado y no aceptado, todo ello encaminado a edificar un
mejor progreso comunal.
Sí no es la academia en donde
puede debatirse, cuestionarse y des idealizarse la tradicionalidad de ese mundo audiovisual y de la realidad nacional, entonces en qué otro espacio es permisible la reflexión y el análisis, como apuestas para una
Colombia mejor. La cuestión no es decir que los programas, los contextos, las
costumbres y los sujetos son positivos o negativos, es explicar con argumentos
y con total veracidad, por qué lo son, que efectos tienen sobre nosotros y de
qué manera estos deben mejorarse o fortalecerse para construir una televisión y
un pueblo con calidad y con inteligencia y conciencia social .